martes, 26 de mayo de 2009

LA MODA Y LA MADUREZ: LOS ENEMIGOS

Durante la adolescencia el carácter del individuo cambia radicalmente aparentando muchas veces un cambio también de la personalidad misma. Pero no hay que alarmarse, tu hijo sigue siendo tu hijo; no ha sido suplantado en un macabro complot internacional para acabar con la paciencia de las madres de todo el mundo.
Esta etapa, por el contrario, es la que fortifica la personalidad y la sitúa en una posición concreta del entorno como persona, y no como un niño; o al menos es el comienzo, el primer paso. Es el momento de diferenciarse de los demás, de decir yo soy así, y muchas veces esto se refleja en la apariencia (la forma de vestir, de hablar, ... ).
Desafortunadamente, a lo largo de la década siguiente en la vida del individuo, esta actitud va en decremento, reduciendo los cambios poco a poco hasta desparecer (o casi) convirtiéndose así en uno más, uno más que no necesita destacar, que no necesita gritar ¡Yo soy especial!, formándose una masa de gente en la que acaban por diluirse los pensamientos, las opiniones, la convicción, al mínimo. Y esta masa es la que gusta a aquellas personas dispuestas al control de los demás por el beneficio de uno mismo, aplicado a muchos aspectos de la sociedad. ¡Que viva la madurez! La condición de individuo desaparece.
Por si esto no fuera suficiente, hay gente que se empeña en que todos llevemos los mismos pantalones y los mismos zapatos, bebamos los mismos refrescos, o escuchemos la misma música. Dentro de poco nos propondrán ponernos todos la misma cara, ¡El rostro de “no sé qué famoso” a mitad de precio!, exclamarán los anuncios de clínicas estéticas (cosa que empieza, por ejemplo, con los pechos o los labios). ¡Que viva la moda! El ser diferente termina por desaparecer.
Así que tal vez, tengamos que esforzarnos en mantener una parte de nuestra “revolución del individuo” de la adolescencia a lo largo de la madurez y la vejez, de esforzarnos en generar nuestras propias opiniones y no dejarnos llevar por la masa; y tal vez podríamos reflejar esto en nuestra apariencia y comportamiento, en no querer parecernos al resto, y ser nosotros mismos.
Pero sólo tal vez...

lunes, 30 de marzo de 2009

HAY UN INTRUSO EN MI CASA


Imagina que un día cualquiera, llegas a tu casa tras tus quehaceres; dejas el abrigo, te descalzas, te pones las zapatillas, y suspirando por el placer de haber llegado a tu hogar a descansar, vas al salón para sentarte en el sofá. Abres la puerta, y hay un extraño acomodado, viendo la televisión y bebiéndose uno de tus refrescos, comiéndose tus dulces. ¿Primera reacción? Seguro sorpresa. ¿Segunda? Probablemente miedo. Valoras la situación, el tipo parece tranquilo; preguntas, increpas, amenazas. Sin contestar se levanta furioso, gruñendo y se acerca alarmantemente hacia ti; el tío pesa unos ciento veinte kilos y mide seguro un metro noventa, tú tuviste suerte de llegar al uno-setenta. Sin nada con lo que defenderte retrocedes y terminas entrando en tu habitación, él se para sin sobrepasar el umbral. Os miráis. Agarra el picaporte y cierra la puerta, que instintivamente intentas volver a abrir, a pesar del peligro; pero no puedes, estás encerrado.
Sacas el móvil de tu bolsillo y marcas el 091; comunicas nervioso tu situación pidiendo ayuda. El operador reacio a escucharte dice que te pondrá con el superintendente, sea quien fuere. Atónito esperas durante diez minutos y nadie está al otro lado de la línea. Cuelgas. Llamas a alguien de tu familia, pero está apagado o fuera de cobertura, y lo intentas con dos docenas de personas obteniendo siempre el mismo resultado. Piensas desesperadamente en tus opciones, te das cuenta de que no hay nada útil en la habitación, pero tienes una genial y sencilla idea, ¿cómo no se te había ocurrido antes? Te asomas a la ventana, pasa un montón de gente y gritas con todas tus fuerzas pidiendo auxilio. Nadie parece escucharte, sabes que te están oyendo pero todos continúan sin inmutarse, espera, dos personas te ven y prometen ir a buscar ayuda. Suspiras ligeramente aliviado. Te sientas mirando a la puerta; imagina, ¿qué pasa por tu cabeza?
Esperando recibes una llamada, en la pantalla aparece el remitente: “ME DICEN EL JEFE”. Ante insólito suceso aceptas titubeante la llamada. Una poderosa voz se identifica como el jefe de policía, inmediatamente recuperas el estado de alteración y comienzas a narrar malamente lo que ocurre. La respuesta es rotunda: “No puedo hacer nada, fui yo quien le abrió la puerta de tu casa. Ahora tiene nuestro apoyo para quedarse allí.” Acto seguido tu móvil se apaga al agotarse la batería.
El mundo se te cae encima.
¿Por qué?
Pasan los días, no puedes salir de la habitación, subsistes con un paquete de galletas que tenías guardado en la mesilla de noche. De vez en cuando alguien desde la calle intenta darte algo de comida, pero poco llega, vives en un quinto. ¿Cómo te has visto en esta situación? ¡Tenías un hogar y el frigorífico lleno! Ahora sobrevives recluido en tu propio dormitorio.
En uno de tus comunes intentos de forzar la puerta, de lo que no desistes, lo consigues. Con muchísimo cuidado y en silencio, buscas una salida, pero no existe. El extraño vuelve a estar en el salón, y sin ningún arma, desesperado, haces una bola de calcetines y en una rápida incursión se la lanzas, con sabes tú que esperanza. Enfurecido te ataca, y tu huyes a esconderte en tu “refugio”. Pero nada ni nadie le detiene y entra en la habitación para darte una paliza tras la que acabas moribundo, aunque con el tiempo milagrosamente sales adelante.
Esto se convierte en rutina y pasan sesenta años de miseria y destrucción, encarcelado y torturado física y mentalmente en lo que un día fue tu hogar, y del que conservas esperanzas de recuperar y reconstruir. Pero la realidad es muy distinta, y nada cambia, aunque a veces empeora.
Yo, desde aquí, en mi confortable hogar que nadie tiene derecho a invadir, pido PAZ Y LIBERTAD PARA PALESTINA.


Y la inmensa mayoría ni siquiera levanta su egoísta, hipócrita y culpable mirada...